Mucho ha llovido desde aquel 16 de marzo de 2008
cuando llegábamos a la Villa de Ares para estrenarnos en la que sería nuestra
primera semana santa. A pesar de que llegábamos recomendados la cofradía nos
observaba con cierto recelo, tanteando, como se hace en cualquier negociación.
Cantaba Alberto Cortez en un precioso tema
llamado “mi árbol y yo” la que podría ser la historia común que tenemos con la Cofradía
de Jesús Nazareno y Soledad de Nuestra Señora de Ares.
Mi árbol brotó... / mi infancia pasó... / Hoy bajo su sombra
que tanto creció... / tenemos recuerdos / mi árbol y yo.
Pasaron los años. La Amargura crecía o se achicaba como tantas y tantas
formaciones. Se ganaban o perdían contratos, sufríamos robos en nuestro
patrimonio, gozábamos de momentos de éxito o sufríamos las penas de cualquier
contratiempo o fracaso, que también de eso hubo. La cofradía, la gente de Ares poco
a poco nos fue adoptando como a uno más de los vecinos. La lealtad, la honestidad, el hablarse como nos
hemos hablado siempre, de frente y mirándonos a los ojos, fueron afianzando primero
una cercanía que nos llevaría a la amistad y finalmente a ser considerados
hermanos. “Cofrades de Honor”. Ese fue uno de los momentos más intensos que
hemos vivido en nuestra historia. En el transcurso de la estación de penitencia
y tras las palabras del predicador, recibíamos el nombramiento en la plaza,
delante de toda la Villa.
Este año, como desde nuestra fundación, volvemos. Volvemos el Domingo de
Ramos a poner la melodía y el pulso detrás de San Juan y delante de un joven
rabí que entra a lomos de un pollino para predicar el Amor.
Domingo de Ramos en Ares. Desde la salida ya como Cofrades de Honor. No, no
es una corbata más en el banderín. Es un honor y una responsabilidad.
Volvemos a casa. Volvemos a la Villa. Estamos en Ares.
VA
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